ella no creía en los finales felices, pero quería que le demostraran que estaba equivocada

Tan fría como la nieve.

Sorbió un poco de su frapuccino, frío como su alma. Dejó que la cafeína azucarada recorriera sus venas y esperó al valiente que se acercaría a su mesa para intentar algo con ella.
Esta vez le tocó el turno a un chico alto, muy guapo y seguro de si mismo, sus ojos eran azules, tan azules que ella se perdió en ellos por unos instantes.
–Una chica tan bonita como tu no debería tomar café sola –dijo con una sonrisa y sentándose a su lado.
Ella le sonrió.
–¿Pero que no ves? Es un frapuccino, no un café.
Él la miró un tanto extrañado por sus palabras.
–No hay mucha diferencia ¿o si? –preguntó.
–Uno es frío, el otro caliente. Lo que elijas define lo que eres. –susurró ella.
–¿Entonces eres fría?
Ella sonrió a modo de respuesta.
–¿Y yo? ¿Qué sería? –preguntó él curioso.
–Definitivamente eres un café frío y amargo, de esos que tomas en las mañanas con un cigarrillo antes de salir.
Él la miro detalladamente, esa chica no solo era hermosa, parecía rodeada de un halo de magia y misterio.
–Nada mal, ¿Qué te hizo pensar eso?
–Tu carácter, aunque tus ojos azules lo confirmaron.
–¿Por el color?
–No, pero esos ojos que tienes son la clase de ojos que atrapan, y no te dejan ir. Tal como el café matutino y los cigarros.
Definitivamente esa chica era especial.
–¿Quieres salir, o algo? –de la nada, se había sonrojado, cosa que nunca le pasaba, pero esa chica era diferente.
Ella sonrió dulce, burlonamente.
–Si adivinas mi nombre.
–Invierno –dijo y ella empezó a negar con la cabeza– ese es el nombre de tu alma, tan fría como la nieve.
Ella se detuvo y lo miró a los ojos por unos segundos.
–Sácame de este lugar y llévame a uno que este congelado –dijo como respuesta.

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