ella no creía en los finales felices, pero quería que le demostraran que estaba equivocada

Puertas cerradas.

Llegó sin avisar, con una sonrisa inocente como disculpa que cualquier otro día hubiera aceptado sintiéndome especial por ser la chica elegida para pasar el rato con él. Siempre era lo mismo, me sentí privilegiada por poder hablar aunque sea unos minutos con él mientras le daba de comer y beber.
Pero no esta vez, me había abandonado tres veces seguidas en los últimos días alegando no poder ir cuando ya me había dado cuenta de que no aparecería.
–¿Me extrañaste, chiquita?
Por un momento pensé en reír y dejarlo pasar, volver adonde estábamos antes de sentirme usada, pero las siguientes palabras que escaparon de su boca detuvieron mi sonrisa.
–¿Tienes una cerveza para tu papi?
Lo decía en broma, lo sabía. Pero aún así no pude soportarlo.
–¿Sabes qué? Jódete. No necesito más chicos como tú en mi vida.
–¿De qué hablas, corazón? –su confusión parecía genuina y ya no intentaba actuar como jefe de la mafia.
–No puedes dejarme así. Utilizarme como tu plan B cuando todos los demás te cancelan. No soy tu puta muñeca de emergencia.
–Tranquila, chiquita. Solo estoy jugando.
–Pues con esta muñeca no puedes jugar, –le dije y le solté una cachetada.
–¿Qué te pasa?
Por fin parecía haber perdido su temperamento.
–¿Qué me pasa? Que soy una pendeja, eso me pasa. Siguiéndote como cachorrito perdido porque eres mi único amigo de verdad, perdonándote todos los abandonos, los mensajes ignorados y las llamadas sin contestar.
–Perdón. Ya te lo dije, ¿vale? Surgieron problemas.
–Problemas, planes mejores, chicas más guapas. Esta bien, lo entiendo. ¿Cómo es que una chica tan aburrida y normal como yo acabó siendo amiga de un chico tan genial como tú?
Él se quedó callado. Asentí.
–Exacto. Ni tu sabes. Pero ya me harté, ¿sabes? No seguiré siendo tu perrita faldera que se la pasa detrás de ti adulando y alimentándote, haciendo lo que se te da la gana.
Fue entonces que se acercó y me besó.
–No, ¡no! Detente, –le dije alejándolo de mi.
–Tranquila corazón, ahorita se te pasa el enojo.
Eso solo logró avivar el fuego.
–No soy esa clase de chica, no ando por ahí besando chicos con novias o besando al primer chico que me diga cosas lindas. Solía ser así, pero quiero cambiar.
–No puedes cambiar, cariño. Siempre serás así. Sino, ¿por qué me besaste esa otra noche?
–Tú me besaste.
–Quién haya empezado no importa, ambos lo disfrutamos y no me lo vas a negar.
Me mordí el labio intentando detener las lágrimas que amenazaban por salir, tenía razón y no podía negárselo. ¿Realmente me sería imposible cambiar?
–Estábamos borrachos. Yo estaba sola, ebria, necesitada y ¿lo peor? Vulnerable. No estoy diciendo que te hayas aprovechado de mi porque igual tu estabas borracho pero no va a pasar de nuevo.
–¿Quieres apostar? –me dijo al tiempo que me agarraba de la cintura y me acercaba a él.
En ese momento no pude más y estallé.
–¡No me conoces, no tienes ni puta idea de quién soy! Dices que conoces chicas como yo, quieres encasillarme y nos conocemos hace ¿Cuánto? ¿Un mes y medio? Dices saber todo de mi vida pero no sabes ni un carajo, así que no te atrevas a tratarme de esa manera porque no soy y nunca seré tu perra, ¿esta claro?
Cerré dos puertas al momento y la que sonó más fuerte fue la de mi corazón ya que podía sentir como se hacía pedazos por dentro.

1 comentario:

  1. Quiero quedarme aquí.
    Me encanta la forma que tienes de escribir, el blog y todo.

    ResponderEliminar

Si dejas un comentario me empaparás de la lluvia de la felicidad.