ella no creía en los finales felices, pero quería que le demostraran que estaba equivocada

Tóxica.

Siento como el humo del cigarro atraviesa mis pulmones, matando los monstruos dentro de mi.
Sonrío, esperando que mis dientes no hayan atrapado el amarillo de la nicotina aún.
Y le doy un trago a la botella porque las cenizas del cigarro no llegan a todo mi cuerpo.
Me siento anestesiada. Es el poder de las drogas mortales recorriendo mis venas mientras mi rímel corre por mis mejillas y mi sonrisa pretende engañar a todos.
Bailo, doy vueltas y me pierdo entre la gente intentando no sentirme sola. Le doy otro trago a la botella porque sentir la quemazón en mi garganta me despierta, es el fuego que siento, que respiro y el cerebro adormecido que se olvida de todo por un momento.
Decido darle un toque al bong para que, al menos, la sonrisa sea real. El humo quema, siento como si fuera a respirar fuego, convertirme en dragón. Y con esa jodida tos, ya sé como es que los dragones incendiaban lugares sin querer hacerlo, respiro fuego.
Y mata lo que tengo dentro, todos esos demonios, los desaparece por un instante. Ese instante en el que mis mejillas me duelen de tanto sonreír y ya no sé si mi mueca es efecto del alcohol o la hierba con olor a pasto recién podado y algo más.
Mis ojos se van y mi cuerpo se pierde con la música. Siento que vuelo y mi mano no se atreve a soltar la botella aunque sienta que en cualquier momento escapará de mi, de mi toxicidad.
Porque soy tóxica.
Te toco.
Te enveneno.
Pero te encanta.
Porque así somos las drogas. Con esas sonrisas seductoras que terminan siendo letales, haciéndote sentir que estás en el cielo cuando acabas de conocer el infierno mismo. Pero no te importa, no te importa porque te encanta, porque te encanto.
Y entonces nos perdemos en un huracán de espirales de humo suave, olor a jardín mágico y sabor a llamas azules y naranjas.
Eres mío.
Te atrapé.

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