El mito de las sirenas.

Las olas mojaban la arena, volviéndola suave.
Las huellas de ellos quedaban marcadas en la arena, borradas por las olas segundos después.
El murmullo de las olas se camuflageaba con la risa de ella.
Él le susurraba cosas dulces al oído mientras le señalaba la puesta de sol.
Ella veía la obra de arte que el paisaje completo y deseaba con fervor tener algo en las manos para hacer la textura perfecta de las nubes.
El muelle estaba cerca, sin embargo ellos se quedaron abajo, sintiendo el calor de la playa, la suavidad de la arena y la frescura del agua salada.
–¿Ves más allá del horizonte? ¿Esa línea donde el mar y el solo parecen fundirse? –preguntó ella.
–Si, la veo.
–Bueno, he escuchado que es ahí donde habitan las sirenas, dicen que su canto es hermoso y su belleza no se puede comparar con nada –aseguró ella con una sonrisa traviesa.
–A mi me han dicho que son malas, que su corazón es de hielo –contestó él.
–La mayoría lo son, pero el mito dice que algunas de ellas tienen un corazón un poco más débil. Un corazón que se funde con el sol y vuelve a latir al ver a la persona indicada. Esas sirenas especiales pueden volver a tierra, sin herir a nadie.
Ella tocó su mechón de cabello azul, como su nombre.
–¿Sabes? A veces creo que eres una de esas sirenas especiales, que estás aquí solo para mi –le dijo él sonriendo.
–De todas formas es solo un mito –susurró ella.
–Azul… –le dijo él en su oído haciéndola estremecer– no creo que sea coincidencia.
Ella sonrió, misteriosa; cautivadora.
–Tienes que ser sirena, hay una magia dentro de ti que te prohibe ser una humana normal y aburrida, hay algo en ti pequeña… hay algo especial –le dijo él tomando su mano.
Ella lo besó. Suave y salado. Un gentil vaivén. Los labios de ella sabían a ese caramelo que se forma en la línea del horizonte, con un poco de la sal que quedó del mar.
–Por eso te amo Noel, tu sabes hacerme sentir como en casa.